Calle Manifestación 25, 1 zda. 659 453 186
EMPEZAR A CUIDARTE DESDE LA PSICOLOGÍA: ¿CÓMO PUEDE AYUDARTE LA TERAPIA?
Dar el paso de acudir a terapia no siempre es fácil. A veces lo pensamos durante meses, incluso años, antes de decidirnos. Nos decimos “no es para tanto”, “ya se me pasará” o “otros están peor”. Pero lo cierto es que no hace falta estar al límite para pedir ayuda.
Soy María Domínguez Gracia, psicóloga sanitaria en Zaragoza, y este blog nace con la intención de acercarte la psicología de una forma clara, cercana y útil. Trabajo desde un enfoque llamado Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), una forma de acompañar que no busca eliminar las emociones difíciles, sino ayudarte a relacionarte de otra manera con ellas y construir una vida más coherente con lo que te importa.
¿Cuándo puede ayudarte la terapia?
Hay muchas razones por las que una persona puede acudir a consulta, pero algunas situaciones comunes son:
- Sentir que estás “tirando” del día a día sin motivación ni energía.
- Notar que el malestar emocional empieza a afectar tu descanso, tu trabajo o tus relaciones.
- Tener pensamientos difíciles que se repiten una y otra vez, sin darte tregua.
- Vivir un momento de cambio o pérdida que te ha descolocado.
- Simplemente, querer conocerte más y vivir con mayor sentido y presencia.
La terapia no es solo para “cuando todo va mal”. Es también un espacio para reconectar contigo, aprender a tratarte con más amabilidad y tomar decisiones más alineadas con lo que valoras.
¿Qué puedes esperar de una terapia conmigo?
Trabajo de forma individual con personas adultas y adolescentes, ofreciendo un espacio confidencial, respetuoso y sin juicios. En las sesiones, no se trata de dar consejos rápidos, sino de acompañarte a explorar lo que estás viviendo, entenderlo con más claridad y generar nuevas formas de actuar que te acerquen a la vida que quieres vivir.
Desde la ACT, hablamos de aprender a convivir con lo que no podemos cambiar (el dolor, la incertidumbre, los miedos…) y elegir cómo queremos responder, en lugar de reaccionar automáticamente. Esto no es fácil, pero es posible.
Un primer paso
Quizás este no sea el momento para empezar una terapia, y está bien. Pero si has llegado hasta aquí, tal vez haya algo en tu interior que pide cuidado, atención o cambio. Escuchar esa voz ya es un acto valiente.
En este blog iré compartiendo ideas, reflexiones y herramientas para ayudarte a cuidar tu salud mental desde la psicología. Si te resuena lo que lees, te invito a seguir leyendo o a ponerte en contacto conmigo.
Gracias por estar aquí.
El dolor genera malestar físico y emocional. Cuanto más intentamos controlarlo o luchar contra él, más espacio ocupa.
En muchas ocasiones terminamos evitando actividades importantes: “no salgo a caminar por si me duele”, “mejor no quedo con nadie porque no estaré al 100%”.
Este círculo de evitación puede reducir tu vida poco a poco, hasta que sientas que eres solo un cuerpo dolorido.
Cuando aparece el dolor, es normal querer huir de él. Pero esa estrategia, llamada evitación experiencial, suele convertirse en una trampa. Se trata de hacer todo lo posible por no sentir malestar (físico o emocional): evitar actividades, pensamientos o situaciones que puedan aumentar el dolor.
A corto plazo parece útil (“si no me muevo, no me duele más”). Pero a largo plazo reduce la calidad de vida: desaparecen rutinas, relaciones y hobbies, y el dolor ocupa más espacio mental.
Ejemplo:
Una persona con dolor lumbar deja de pasear por miedo a empeorar.
Con el tiempo, pierde fuerza física, se aísla, baja su ánimo.
Resultado: más dolor percibido y más limitación.
Cuanto más tratas de huir del dolor, más te atrapa. Desde la psicología —y en concreto desde la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT)— trabajamos en lo contrario: abrirse a la experiencia, aunque duela, para que el dolor no decida por completo cómo vivir.
Aceptar el dolor no significa rendirse. Significa dejar de gastar toda la energía en luchar contra lo incontrolable, y utilizarla en aquello que sí da sentido a tu vida.
La psicología ayuda a diferenciar entre:
Dolor físico, que puede ser difícil de eliminar.
Sufrimiento añadido, que podemos reducir cambiando la forma de relacionarnos con el dolor.
Mindfulness o atención plena: entrenar la mente para observar el dolor sin engancharse a él ni amplificarlo con pensamientos negativos.
Identificar valores personales: descubrir qué es importante para ti (familia, aprendizaje, ocio, autonomía) y mantener conexión con esos valores, aunque haya dolor.
Exposición gradual a actividades: recuperar acciones que el dolor había limitado, adaptándolas si es necesario.
Autocompasión realista: tratarte con amabilidad, como tratarías a alguien cercano en tu situación, sin exigencias imposibles, pero sin abandonar lo que te importa.
Dedica unos minutos diarios a respirar profundamente y observar las sensaciones del cuerpo, sin juzgar ni forzar que el dolor desaparezca.
Sustituye el “diario del dolor” por un diario de actividades valiosas, anotando pequeñas acciones que te conectan con lo que importa en tu vida.
Hazte esta pregunta: “Si el dolor estuviera aquí para quedarse… ¿qué no quiero perderme de mi vida igualmente?”
El dolor crónico es real, agota y limita. Pero no tiene por qué ocupar el 100% de tu vida. La psicología del dolor ofrece recursos para salir de la evitación experiencial y recuperar espacio para tus valores, relaciones y proyectos.
Si sientes que el dolor te está atrapando y no sabes por dónde empezar, buscar apoyo psicológico puede ser un primer paso para recuperar aire y volver a vivir con mayor libertad.
En distintos momentos de la vida podemos sentir que no estamos en sintonía emocional con los demás. Esa desconexión puede llevarnos a tomar distancia, a evitar ciertos vínculos y, con el tiempo, a cuestionar nuestra capacidad para mantener relaciones satisfactorias.
Sabemos que los seres humanos somos profundamente sociales. Aunque valoremos el tiempo a solas y el espacio personal, el contacto con otras personas suele aportarnos bienestar. Muchas veces, tras una conversación significativa o un encuentro agradable, sentimos una especie de “recarga emocional” que mejora nuestro estado de ánimo y nos conecta con lo importante.
Sin embargo, cuando la soledad que experimentamos no es deseada, es frecuente que aumente el malestar. Surgen pensamientos recurrentes sobre nuestra supuesta falta de valía en las relaciones: “No soy interesante”, “No sé qué decir”, “Siempre meto la pata…”. Estos pensamientos, sostenidos por la falta de interacción social, refuerzan la evitación y alimentan un círculo vicioso difícil de romper.
Además, cuanto más nos alejamos de los demás, menos oportunidades tenemos de practicar y afinar nuestras habilidades sociales, que son fundamentales para adaptarnos al entorno y sentirnos parte de él.
Las habilidades sociales son el conjunto de conductas que nos permiten relacionarnos de manera eficaz y satisfactoria con otras personas. No se trata de “caer bien” o de ser extrovertidos, sino de poder expresar nuestras emociones, necesidades y opiniones de forma respetuosa y coherente con nuestros valores.
Estas habilidades se aprenden, en parte, observando a los demás y, en gran medida, a través del ensayo y error. Pero también pueden deteriorarse cuando dejamos de usarlas o nos desconectamos de lo que verdaderamente nos importa en las relaciones.
La buena noticia es que, como cualquier conducta aprendida, pueden trabajarse y mejorarse. En terapia, ofrecemos espacios seguros para explorar, ensayar y fortalecer estas habilidades, siempre desde un enfoque respetuoso con la historia y el ritmo de cada persona.
Aquí tienes un ejercicio que puedes realizar para comenzar a identificar tus áreas de mejora:
✍️ Haz una lista de situaciones sociales que te resulten incómodas (por ejemplo, hablar en grupo, pedir ayuda, expresar desacuerdo).
📊 Ordénalas de menor a mayor nivel de incomodidad.
🎯 Elige una de las situaciones más sencillas y piensa en una pequeña acción que puedas realizar esta semana (por ejemplo, saludar al entrar en una tienda).
🧠 Observa tus pensamientos, emociones y sensaciones antes, durante y después de esa interacción.
💬 Reflexiona: ¿Qué valores estás poniendo en práctica al dar este paso?
💡 Trabajar las habilidades sociales no consiste en “actuar” para agradar a los demás, sino en aprender a conectar contigo mismo/a y con lo que te importa en las relaciones. Desde ahí, se abre la posibilidad de establecer vínculos más genuinos, seguros y satisfactorios.
La Navidad es una época que suele venir cargada de imágenes luminosas: reuniones familiares, regalos, reencuentros, celebraciones… Sin embargo, también puede despertar emociones más complejas. Muchas personas sienten durante estas fechas una mezcla de ilusión y agotamiento, alegría y nostalgia, calma e inquietud. Y todas estas emociones son válidas.
Desde la psicología entendemos que la Navidad funciona como un “amplificador emocional”. Lo que estamos viviendo durante el año —cambios, pérdidas, conflictos familiares, sobrecarga mental, sensación de soledad o cansancio— puede hacerse más evidente cuando se aproxima diciembre. Las expectativas sociales (y a veces las propias) pueden presionarnos hacia un tipo de celebración que quizá no encaja con nuestro momento vital.
¿Por qué nos afecta tanto la Navidad?
Porque estas fechas nos conectan con recuerdos, valores y vínculos importantes. A menudo nos recuerdan lo que tenemos, pero también lo que ya no está o lo que echamos de menos. Todo ello puede influir en nuestro estado de ánimo de diferentes maneras:
Nostalgia o melancolía, especialmente ante ausencias o cambios recientes.
Agotamiento emocional, por el ritmo acelerado de estas semanas.
Tensión familiar, derivada de reencuentros no siempre sencillos.
Sensación de soledad, incluso estando acompañados.
Aumento de expectativas, que puede generar frustración cuando la realidad no coincide con lo que imaginamos.
Algunas propuestas útiles para estas fechas:
Darte permiso para sentir: no tienes por qué estar alegre todo el tiempo.
Elegir pequeñas acciones con sentido: dedicar tiempo a alguien, crear un momento propio de calma, conectar con un valor importante.
Cuidar tus límites: decir “sí” cuando quieras y “no” cuando lo necesites.
Ser amable contigo: reconocer que estas fechas pueden remover y que eso no significa que estés haciendo nada mal.
La Navidad no tiene por qué ser perfecta. Puede ser simplemente auténtica, vivida desde lo que de verdad importa para ti. Y eso ya es un regalo.
Si estas fechas están siendo emocionalmente intensas y necesitas un espacio seguro para entender lo que te ocurre, estaré encantada de acompañarte.